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lunes, 28 de diciembre de 2009

Zapatero y la agenda europea de la cooperación. (Sal Terrae, Diciembre de 2009)

Zapatero y la agenda europea de cooperación.

Manfred Nolte[1]

La Presidencia de turno de la Unión Europea (UE) que desempeñará José Luis Rodríguez Zapatero a partir del 1 de Enero próximo, ocurre en un momento en el que la inercia derivada de la firma del Tratado de Lisboa conduce endogámicamente a cerrar su propia arquitectura institucional y a colmar, quizá, las lagunas geográficas de una Europa inconclusa.

Aunque el mandatario español no haya dado pista alguna acerca de su programa social al asumir el liderazgo del viejo continente, esbozaremos algunas ideas-fuerza en el ámbito de la cooperación, necesariamente selectivas y taquigráficas, que una Presidencia medianamente sensibilizada estaría obligada a promover.

Para comenzar, el saneamiento del sistema financiero, cuajado aún de incertidumbres, constituye una condición previa e inexcusable. Reglas que garanticen el juego limpio, pongan fin al descontrol e instauren un renovado modelo de supervisión bancaria que contará –entre otras- con la resistencia numantina de Londres y que debe ir mucho mas allá de las tímidas medidas esbozadas (Consejo Europeo de Riesgos Sistémicos) hasta el presente. La Banca aburrida de siempre al servicio de la economía real.

Las políticas de gasto deberán seguir activando el rescate de la economía y contener la creciente plaga sistémica de la primera década del milenio: el paro y la pobreza. La precariedad no es un tema ajeno a la Unión. En su seno, casi 80 millones de personas viven en estado de extrema necesidad. Las tasas oscilan entre el 10% de la Republica Checa y más del 20% en Bulgaria, Latvia y Rumania.

Mas allá de los enclaves emergentes del Este se alza el “Muro de la Pobreza” como nos recuerda el Nobel Yunus. El liderazgo europeo es clave en la superación de la fragilidad de los pueblos del Sur. Más de la mitad del dinero que se destina en el mundo a ayudar a los países empobrecidos proviene de la UE y de sus estados miembros que son por ello el primer donante del mundo. En 2008, destinaron a este concepto 49.000 millones de euros, el 0,40% de su Producto Nacional Bruto (PNB). El objetivo es llegar a un 0,56% en 2010 y al 0,7% en 2015. Aún así, en casi un centenar de países los Objetivos de Desarrollo del Mileno(ODM) progresan con importantes retrasos consintiendo enormes costes en términos económicos humanos y sociales.

Las acciones europeas de cooperación no pueden limitarse a suministrar fondos para la adquisición de servicios de primera necesidad. La UE debe utilizar el arma del comercio para impulsar el desarrollo del Sur. En la medida en la que la economía inicia la senda de su recuperación, el énfasis debe colocarse mas allá de la simple superación de las medidas proteccionistas. En el plano mercantil, el Sur espera de Europa en 2010 la culminación de la Ronda de Doha, la reducción de los subsidios a la agricultura, la reformulación de los “acuerdos de asociación económica”(EPA)[2] en línea con los principios de Cotonou[3] y la activación de los programas de “ayuda para el comercio”(Aid for Trade) que ubique a la comunidad de países pobres en un régimen mas equitativo de acceso a los mercados de bienes.

En Noviembre de 2008 con ocasión de la Cumbre de Doha, la UE asumió que “la evasión de capitales, allí donde ocurre, es una traba de orden mayor para la movilización de los recursos domésticos para el desarrollo”. Pero a pesar de todo, cada año los países empobrecidos ven como las empresas multinacionales redireccionan sus beneficios hacia centros fiscales opacos, hurtando fondos a la sanidad, la educación o el medio ambiente. La Unión debe apoyar los esquemas de intercambio automático de información fiscal así como una normativa contable que promueva la imputación de beneficios de forma diferenciada a cada país. No es menor el provecho que para el freno de la corrupción supondría la abolición definitiva de sus numerosos paraísos fiscales.

En los próximos años hará falta dinero adicional, pero no separado de la opción transversal del desarrollo para preservar el “Bien Común” que nuestras emisiones de carbono están contribuyendo a destruir. La ya devaluada cumbre de Copenhague no consolidará lamentablemente las negociaciones climáticas y menos aún las urgentes acciones políticas previstas, entre ellas el consenso del nuevo Protocolo medioambiental que deberá sustituir al de Kyoto. Europa se ha comprometido al triple-20: reducir las emisiones en un 20% para el 2020 con una contribución de 20% de energías renovables. Pero hay que ir mucho mas allá profundizando en otras medidas como una resuelta protección forestal en los países en desarrollo o la introducción de una tasa sobre el comercio de emisiones

Tampoco puede permanecer indiferente la UE a las situaciones que el desamparo del Sur provoca en materia de seguridad. En un mundo interdependiente, cooperar al desarrollo es ya una cuestión de interés propio para asegurar la estabilidad y la prosperidad global. El resurgimiento de la piratería del Golfo de Aden está directamente vinculado a la inestabilidad y devastación que se registran en Somalia. Diariamente, miles de personas refugiadas huyen de países en conflicto buscando iniciar una vida más estable en otra parte del mundo.

La adopción del Tratado de Lisboa debe acelerar los movimientos para que Europa presente un solo rostro en las Instituciones Económicas Internacionales, con la profunda incidencia que ello produce sobre la Gobernanza global. Una voz y representación única cedería asientos a países emergentes y en desarrollo, contribuyendo a su mayoría de edad.

Valdría la pena asimismo que la UE sustentase en todo momento la legitimidad de Naciones Unidas como el máximo Foro de consenso entre Estados de todo el Planeta.

Para terminar, el Gobierno de Bruselas con Zapatero a su cabeza, podría patrocinar una vasta campaña mediática de concienciación social donde se presentase gráfica y reiteradamente al ciudadano de la Unión el escenario dantesco de la miseria del planeta.

Lula da Silva ha apuntado al hambre como “ese arma moderna de destrucción masiva”. Pero, mientras tanto, El 74% de los europeos –según el “Eurobarómetro 09”- nunca ha oído hablar de los “Objetivos de Desarrollo del Milenio”.

Y a Usted, amable lector, ¿qué le evoca ese enunciado?

Publicado en ‘Sal Terrae’ Diciembre 2009



[1] Manfred Nolte es colaborador de ALBOAN, ONG de desarrollo de la Compañía de Jesús en la Provincia de Loyola, que trabaja por la solidaridad entre los pueblos.

[2] Los EPA suponen la creación de un Area de Libre Comercio entre la UE(Union Europea) y el grupo de países ACP(Africa,Caribe y Pacífico)superando anteriores acuerdos bilaterales de carácter discriminatorio.

[3] Los acuerdos de COTONOU(Benin, 2000)suscritos entre los países ACP y la UE surgen con el objetivo específico de contribuir a la erradicación de la pobreza, al desarrollo sostenible y a la gradual integración de los primeros en la economía mundial.

domingo, 20 de diciembre de 2009

¿De verdad son eficientes los mercados? (El Correo 20.12.09)


Manfred Nolte

La admisión de una “segunda mejor alternativa” (“second best”) es un juicio inteligente a la vez que obligado. No acoge la propuesta por su perfección , lo que la confiere una conveniente modestia. Pero al mismo tiempo huye del inmovilismo asumiendo que otras alternativas son aun menos beneficiosas. El “second best” se acomete necesariamente por ser la acción válida menos mala.

Lo anterior puede aplicarse al perenne debate sobre la valoración del libre mercado. No es óptima aunque probadamente mejor que la de aquellas otras opciones que han propugnado hasta la fecha su derrocamiento y desguace. Aun así, ¿debemos rebajar la gravedad de los hechos y esquivar el reconocimiento general de que el sistema vigente necesita ser reinventado?

Veinte años después de la caída del muro de Berlín y el colapso del comunismo, el mundo camina rumbo a dos formas económicas de organización básicamente diferente: el capitalismo internacional y el capitalismo de estado. El primero, representado por los países occidentales está seriamente dañado y ha debido someterse a un intervencionismo espectacular tanto en el sector financiero con rescates directos y masivas inyecciones de liquidez, como en el real a través de descomunales programas de apoyo fiscal. El segundo, simbolizado por China, está simplemente al alza. Ambos navíos se cruzan silenciosamente en la noche.¿Existen pistas suficientes para intuir la resultante de estos movimientos tectónicos?

La crisis occidental ha puesto en evidencia la incapacidad del kit económico tradicional para interpretar la dinámica disruptiva del ciclo. Kenneth Rogoff en su reciente libro “Esta vez es diferente: Ocho siglos de locura financiera”, atribuye por partes iguales a la arrogancia y a la impotencia la causa de los cientos de crisis analizadas empíricamente en 66 países a lo largo de ochocientos años. Políticos y agentes económicos han ignorado una miríada de experiencias históricas reduciendo la realidad a unas recetas tan estéticas como inoperantes. Paul Krugman ha argumentado que “los economistas han confundido la belleza, encapsulada en unas matemáticas deslumbrantes, con la verdad”.

Durante décadas se ha sostenido el carácter equilibrante de los mercados. Si precios y salarios son totalmente flexibles, los recursos se situarán en su pleno empleo de tal manera que cualquier shock en el sistema ajustará inmediatamente ambas variables a la situación resultante.

La hipótesis de los “mercados eficientes”, según la cual estos valoran las transacciones en cada instante con total precisión, se ha desplomado como consecuencia de la crisis financiera. El propio Alan Greenspan, ex Presidente de la Reserva Federal ha confesado que frente a la trágica elocuencia de la realidad “todo mi edificio intelectual ha quedado derruido”.

Si los mercados son perfectamente eficientes-se argumenta-entonces los errores surgen de políticas económicas inadecuadas, visión manifiestamente contradictoria ya que si los participantes en el mercado son plenamente racionales y están perfectamente informados no podrán dejar de reaccionar ante la incapacidad o la imprudencia de los gobernantes.

La razón básica de la ineficiencia radica en la probada irracionalidad de los operadores y en la asimetría de la información. En particular, esto último atenta al código genético del capitalismo liberal donde, desde Adam Smith, la ausencia de posiciones dominantes es una de las reglas básicas de juego.

Precisamente la hipótesis en la que se asientan los pretendidos mercados eficientes es que todo el mundo posee una información perfecta y que, en consecuencia, los precios expresan certeramente el valor de los productos ofertados. Pero todos sabemos que a la hora de intercambiar bienes y servicios unos saben mas que otros y también tienen mas que ganar. En todo trueque la información es poder. Sin transparencia, la información organiza y acumula el privilegio .

Finalmente, si todas las personas fueran perfectamente racionales y los mercados totalmente eficientes se llegaría a la esperpéntica conclusión de que, en nuestro entorno actual, el desempleo es voluntario y la recesión deseable.

Rebajadas las excelencias del mercado, la “segunda mejor alternativa” parece caer por su propio peso: frente a ineficiencia, regulación. Frente a clubs de privilegios, reglas impuestas de juego.

Ello no debe evitar el rescatar viejas actitudes, como la de la moderación, huyendo de la diabólica ley del péndulo. No sea que erijamos en intérprete único de las acciones económicas a un Estado al que tan solo ayer reputábamos como el autor de todas los males, y hagamos peligrar, de rechazo, valores democráticos irrenunciables.

Una regulación excesiva puede estrangular el crecimiento global durante décadas pero si la regulación es laxa o inexistente, como lo ha sido en el pasado cercano, puede volver a incubar al monstruo que el sistema ha demostrado albergar en sus entrañas.

martes, 15 de diciembre de 2009

Paul Samuelson: In memoriam(15.12.09)


Paul A. Samuelson, el primer acreedor norteamericano al Nobel en la disciplina económica falleció el Domingo 13 de diciembre en Belmont, Massachusetts. Tenía 94 años. Su muerte fue anunciada por el MIT, el Instituto Tecnológico que él mismo encumbró al mas alto liderato de la investigación económica. Gozó de una vida densa y dilatada. La comunidad científica, la familia plural de la economía, lamenta profundamente su pérdida.

Uno de sus discípulos, el también Nobel Paul Krugman, señala que es difícil expresar exhaustivamente la grandeza del desaparecido. Otro de los galardonados por la academia sueca, Robert Lucas, manifestaba que Paul Samuelson ha realizado “enormes aportaciones” a la ciencia económica.”Era un gran hombre y un gran amigo”. Cuando los economistas “toman un trozo de papel para calcular o analizar algo, generalmente acuden a herramientas e ideas inspiradas en Paul Samuelson”, revela Robert M. Solow, otro laureado y colega del fallecido.

Cualquier economista justificaría toda una carrera profesional con tal de haber escrito un solo artículo , un documento que cambie fundamentalmente la manera de pensar de las personas, en un área o tema en particular. Samuelson escribió docenas de ellos. Desde el comercio internacional a las finanzas, la teoría del crecimiento o la especulación, cualquier sujeto de relevancia económica está referenciado a una publicación de Samuelson que marca un hito en la materia y queda inscrito en la agenda de estudio para generaciones de universitarios. Así lo entendieron y aplaudieron entre otros ilustres discípulos, premios Nobel como George A. Akerlof, Robert F.Engle III, Laurence R. Klein, Franco Modigliani, Robert C. Merton, Joseph Stiglitz y el ya mencionado Krugman.

A finales de los años 30, un estudiante defendía su tesis doctoral en la universidad de Harvard. Su trabajo apuntaba a nuevas tendencias, las de una joven generación de economistas que aplicaban técnicas matemáticas de programación lineal, calculo integral y topología algébrica a la ciencia económica consuetudinaria. Al término de su exposición, Joseph Schumpeter, uno de los miembros del tribunal examinador, sonrió a su colega de mesa Wassily Leontief lanzándole una pregunta: “Bien, Wassilly, ¿habremos aprobado nosotros?” El estudiante era Paul Samuelson que a la edad de 22 años había redactado sus “Fundamentos de análisis económico”.

Samuelson fue una gran economista teórico, pero también un agudo observador del mundo real, con la consistencia intelectual de quien traspasa los limites de la moda para erigirse en un interprete intemporal de los sucesos económicos. Como ecléctico envolvente, aunque se le distinga como fundador de la economía neoclásica moderna, su indisimulado rostro keynesiano no podía ocultar las limitaciones de la política monetaria clásica . En los años 80, la mayoría de los miembros de la comunidad académica asumían si pestañear los postulados de Friedman en el sentido de que una política monetaria agresiva hubiera podido prevenir la gran depresión y sería capaz de abortar otras futuras. Samuelson esgrimió sistemáticamente sus dudas al respecto. Solamente en 2002, Ben Bernake otorgó en nombre de la Reserva Federal la razón a las reticencias mostradas. “Gracias a Vd., no volveremos a repetirlo”. En la pagina 353 de su obra central, el libro de texto titulado “Curso de Economía Moderna”, Samuelson recuerda que las políticas monetarias expansivas, por sí solas, son incapaces de sacar a las economías de las crisis. Algo que los políticos del planeta ha asumido íntegramente para el rescate de la actual depresión.

El libro “Manual de Economía” publicado por primera vez en 1948 constituyó un best-seller durante mas de 30 años. Traducido a mas de 20 idiomas, mereció el siguiente panegírico de su autor : “No importa que otros redacten las leyes de la nación mientras puedan publicarse textos de economía”.

Asesor personal del Presidente Kennedy, preceptor e inspirador de su campaña presidencial no se dejó seducir por ningún cargo político que pusiera en peligro su independencia a la hora de expresar y escribir sus propias convicciones y creencias.

A pesar de una carrera repleta de reconocimientos sociales y académicos, Paul Samuelson practicaba y predicaba en su claustro universitario una profunda sencillez. El MIT ha sido famoso por su ambiente de colegialidad. A sus estudiantes repetía a intervalos la famosa frase de Churchill, aunque referida a la profesión económica: “tenemos muchas razones para ser humildes”.

Quien acaba de morir es el padre de la economía moderna. Con el desaparece el último generalista de una ciencia social marcada hoy por la hiperespecializacion. No habrá probablemente otro Samuelson. Quien quiera elevarse a su altura tendrá un inmenso camino por recorrer.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Finanzas contra Finanzas (El Correo, 06.12.09.)

En el “Best-Seller” mundial titulado “Espíritus animales”, su autor, el Nobel George Akerlof destaca a la confianza como uno de los espíritus primarios que promueven la actividad económica y sin la cual cualquier tentativa de reanimación del cuerpo social está condenada al fracaso.

Pues bien, el emplazamiento actual del sistema financiero no goza del imprescindible clima de credibilidad que permita favorecer una salida estable de la recesión.

Tres argumentos sustentan este enunciado.

De una parte, la cifra de entidades de crédito que sigue confrontándose a urgentes reestructuraciones cuando no a procedimientos de quiebra y liquidación: bancos de todas las tallas, en un goteo que parece no tener término, fruto en gran medida del aumento de una morosidad inducida por el derrumbe de la economía real. Por otra, la penosa evidencia del valor razonable de un gran número de activos bancarios, lejano al que aparece en sus libros y que está obligando a los supervisores a su segregación, en ocasiones en un “Banco malo” con apoyo o titularidad publica. Finalmente la tímida o inexistente expansión del crédito: no fluyen los fondos porque las entidades prosiguen su senda de desapalancamiento, en un marco generalizado de cautela y suspicacia tanto respecto de las empresas –Dubai World es el último exponente- como de sus colegas de profesión.

Los operadores financieros captan los depósitos de las economías domesticas y las redistribuyen en forma de créditos al mercado para financiar los proyectos de las empresas. El depositante traslada custodia y riesgo al banquero, quien las asume a cambio de una remuneración adecuada. Por esta triple razón de tutela, canalización dineraria e intermediación del riesgo, los mercados financieros son indispensables para la economía de mercado.

Pero esta conclusión de carácter general admite un amplio repertorio de posibilidades en la manera en la que el mercado rinde este servicio. Los atributos de unos bazares financieros descentralizados sujetos a cánones autoregulatorios han mostrado sobradamente a través de las gravísimas consecuencias de la crisis no jugar adecuadamente el papel neutral y equilibrante de la intermediación.

¿Qué rasgos deben acompañar a una reforma regulatoria que propicien el desarrollo de un sistema financiero mas seguro y estable?

Parecería comprensible –aunque desaconsejable- una reacción contundente, una respuesta de efecto boomerang que atenazase la musculatura del gigante financiero, impidiéndole nuevos movimientos de futuro. Ello podría ir acompañado de la correspondiente sanción pecuniaria, sea por culpabilidad o mera responsabilidad: “el que desestabiliza paga”.

Cada vez se escucha con mayor determinación al coro de voces que promueve esta segunda opción de la mano de una “tasa sobre las transacciones financieras”, creando así un vasto fondo de estabilización para cuyo destino se ofrecen por el momento variados postulados, muchos de ellos contradictorios.

Aparcando la irónica paradoja implícita en el hecho de que los equipos de expertos que aconsejan a reguladores y supervisores son aquellos mismos que han conducido al mercado a la debacle, las propuestas de reforma se adivinan entre dos extremos: uno que asfixie al sistema con sus excesos normativos abortando cualquier proceso de innovación y otro cuyos contornos sean tan tímidos y tardíos que dejen el marco inalterado una vez que la economía haya vuelto a su senda de crecimiento.

Las apocadas y embrionarias propuestas de reforma delineadas por el Consejo de Estabilidad Financiera se dirigen fundamentalmente a reforzar los requerimientos de capital de la entidades, articulando nuevos métodos que estimulen la diligencia del sistema de supervisión. Ello conjugado con la reforma de las prácticas de compensación, el aumento de la transparencia, los topes para el apalancamiento y el freno de la autonomía y el riesgo moral del que gozan pasmosamente las entidades “demasiado grandes para quebrar”. Finalmente se alude al refuerzo de la coordinación internacional, con ascendiente adecuado para la resolución de conflictos.

Todas ellas resultan coherentes con la superación de yerros pasados. Pero, sobre todas las cosas, y en ausencia de grandes manifestaciones de compunción, la reforma debería fortalecer un parámetro que agregue a la garantía sistémica una rotunda cobertura moral: la minuciosa segmentación de los productos bancarios en función de su valor social, favoreciendo aquellos cuyo valor sea alto y penalizando hasta su exclusión aquellos de dudoso o nulo valor para la economía real, los de una viscosa ingeniería financiera, que solo ha resultado de provecho para un sector significativo de la propia industria bancaria.

Se respira desconfianza dentro y en torno al sistema financiero porque frente al peligro de sobrereacción, mas bien, y lamentablemente, se observan escasos signos de progreso hacia una eficiente y armonizada iniciativa regulatoria, edificada responsablemente sobre un paisaje de equívocos de los que se pretende abjurar.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Zapatero y la Cooperación.(El Correo,22.11.09)

La Presidencia de turno de la Unión Europea (UE) que desempeñará José Luis Rodríguez Zapatero a partir del 1 de Enero próximo, ocurre en un momento donde la inercia derivada de la firma del Tratado de Lisboa conduce endogámicamente a cerrar su propia arquitectura institucional y a colmar, quizá, las lagunas geográficas de una Europa inconclusa.

Aunque el mandatario español no haya dado pista alguna acerca de su programa social al asumir el liderazgo del viejo continente, esbozaremos algunas ideas-fuerza en el ámbito de la cooperación, necesariamente selectivas y taquigráficas, que una Presidencia medianamente sensibilizada estaría obligada a promover.

Para comenzar, el saneamiento del sistema financiero, cuajado aun de incertidumbres, constituye una condición previa e inexcusable. Reglas que garanticen el juego limpio, pongan fin al descontrol e instauren un renovado modelo de supervisión bancaria. La Banca aburrida de siempre al servicio de la economía real.

Las políticas de gasto deberán seguir activando el rescate de la economía y contener las plagas sistémicas del milenio: el paro y la pobreza. La precariedad no es un tema ajeno a la Unión. En su seno, casi 80 millones de personas viven en estado de necesidad. Las tasas oscilan entre el 10% de la Republica Checa y mas del 20% en Bulgaria, Latvia y Rumania.

Mas allá de los enclaves emergentes del Este se alza el “Muro de la Pobreza” como nos recuerda el Nobel Yunus. El liderazgo europeo resulta crítico en el apuntalamiento del hemisferio sur. La mitad del dinero que se destina en el mundo a ayudar a los países vulnerables proviene de la UE. El objetivo es alcanzar el 0,7% del PIB cuanto antes, a más tardar en 2015. Aun así, un centenar de naciones sufren serios retrasos en la senda de los Objetivos de Desarrollo del Milenio contabilizando enormes costes en términos económicos, humanos y sociales.

En el plano mercantil, mas allá del levantamiento de las medidas proteccionistas, el sur espera de Europa en 2010 la culminación de la Ronda de Doha, la reducción de los subsidios a la agricultura, la reformulación de los “acuerdos de asociación económica” en línea con los principios de Cotonou, y la activación de los programas de “ayuda para el comercio”.

En Noviembre de 2008 con ocasión de la Cumbre de Doha, la UE asumió que “la evasión de capitales es una traba mayor para la movilización de los recursos para el desarrollo”. Pero cada año los países indigentes ven como las empresas transnacionales redireccionan sus beneficios hacia centros fiscales opacos, hurtando fondos a la sanidad, la educación o el medio ambiente. La Unión debe apoyar los esquemas de intercambio automático de información fiscal así como una normativa contable que promueva la imputación de beneficios de forma diferenciada a cada país. No es menor el provecho que para el freno de la corrupción supondría la abolición definitiva de los numerosos paraísos fiscales que florecen en su propio territorio.

Hace falta dinero adicional pero no separado de la opción transversal del desarrollo para preservar el “Bien Común” que nuestras emisiones de carbono están contribuyendo a destruir. La ya devaluada cumbre de Copenhague no consolidará lamentablemente las negociaciones climáticas y menos aun las urgentes acciones políticas previstas, entre ellas el consenso del nuevo Protocolo medioambiental que deberá sustituir al de Kyoto. Europa se ha comprometido al triple-20: reducir las emisiones en un 20% para el 2020 con una contribución de 20% de energías renovables. Pero hay que ir mucho mas allá profundizando en otras medidas como una resuelta protección forestal en los países en desarrollo o la introducción de una tasa sobre el comercio de emisiones.

Europa debe presentar un solo rostro en las Instituciones Internacionales, con la profunda incidencia que ello acarrea sobre la Gobernanza global. Una voz y representación única cedería asientos comunitarios a países emergentes y en desarrollo, contribuyendo a su mayoría de edad.

Frente a los Clubes privados, la UE sustentaría la legitimidad de Naciones Unidas como el máximo foro de consenso del Planeta.

Para terminar, el Gobierno de Bruselas con Zapatero a su cabeza, podría patrocinar una vasta campaña mediática de concienciación social donde se presentase gráfica y reiteradamente al ciudadano de la Unión el escenario dantesco de la miseria del planeta.

Lula da Silva ha apuntado al hambre como “ese arma moderna de destrucción masiva”. Pero, mientras tanto, El 74% de los europeos –según el “Eurobarómetro 09”- nunca ha oído hablar de los “Objetivos de Desarrollo del Milenio”.

Y a Usted, amable lector, ¿qué le evoca ese enunciado?

domingo, 8 de noviembre de 2009

La vida en rosa (El Correo 8.11.09.)

El Producto Nacional (PNB) es la medida de los bienes y servicios finales generados por una economía en un periodo dado. Equivale al valor añadido agregado por todos los estadios de la producción. Dividido por el número de habitantes arroja el producto per capita.

Coincidiendo con el aniversario de la quiebra de Lehman Brothers, Nicolás Sarkozy, que meses atrás había preconizado baldíamente la refundación de Bretton Woods, propuso el derrocamiento del legendario índice. “La religión del número”-denuncia-“es una forma de no hablar nunca de las desigualdades”, para continuar convocando a los líderes mundiales a una “revolución” en la forma de estimar el progreso.

Segundas intenciones aparte, hay que conceder al mandatario galo el beneficio de la coherencia. No en vano, a comienzos de 2008 había auspiciado una “Comisión para la medición del desarrollo humano y del progreso social” copresidida por dos pesos pesados de la economía social, nada menos que los Nóbel Joseph Stiglitz y Amartya Sen, cuyos trabajos se hallan en curso.

La profesión económica lleva lustros preguntándose por la efectividad de un registro que surgió en Estados Unidos para evaluar el éxito de las acciones emprendidas para paliar la gran recesión del 29. Nadie le confirió entonces el carácter de medidor del bienestar.

Como baremo económico, el PNB cuenta con determinados atributos que garantizan su supervivencia. Está exento de juicios de valor, lo que permite una interpretación inequívoca de su significado aunque este sea parcial o incompleto.

En su asimetría se revelan otras de sus bondades. Al desplomarse su valor e incurrir la economía en recesión, el malestar traducido a desempleo y pobreza activa una alerta tan dramática como insustituible. En los países más desasistidos, incrementos del indicador se asocian muy favorablemente a la cobertura de necesidades perentorias.

En estas propiedades descansa su validez relativa.

Por su lado, las críticas son tan antiguas como el propio concepto. A fin de cuentas se trata de una medición de transacciones monetarias, lo que revela sus tres principales deficiencias. La primera que presta poca o ninguna atención a aspectos de distribución y a elementos de la actividad humana para la que no exista mercado ni, en consecuencia, precios relativos. La segunda, que mide flujos productivos y que, por ello, ignora el impacto en las masas de riqueza, en los recursos naturales y en el medio ambiente. Finalmente abstrae de temas tan heterogéneos como la problemática de género o el grado de dispersión y distribución de las rentas.

El PNB no distingue entre actividades provechosas o nefastas para el desempeño económico. La reconstrucción de una gran catástrofe, el tráfico de armas o el trazado de un viaducto de flagrante impacto ambiental se añaden asépticamente a su cálculo. Los atascos de una hora punta aumentan el consumo de gasolina y por tanto el producto global. Pero es a costa de un modelo regresivo que no hace sentirse a los conductores más felices ni más ricos.

Son muchas las reacciones a estas notables carencias. La más emblemática la creación por Naciones Unidas en 1990 del Índice de Desarrollo Humano (IDH) que combina el uso del PNB en términos de paridad de poder adquisitivo con determinados itinerarios de salud, longevidad y ratios básicos de educación. Aunque es una de las pocas que se compila regularmente, tampoco esta guía sintetiza la totalidad de la información del desempeño económico.

En 1992, la “Cumbre de la Tierra” introdujo indicadores determinantes para el seguimiento de la sostenibilidad.

Una incursión orwelliana nos acerca a la “Felicidad Nacional Bruta” (FNB). El término se acuñó en 1972 por el rey de Bután quien, desde niveles de indigencia, se comprometió a reconstruir una economía bajo estándares budistas. Actualmente, un plan quinquenal vigila a través de 72 indicadores el nivel de felicidad de los 700.000 súbditos que componen la nación. Bután, con éxito incierto, hace el número 132 de 182 en el IDH.

En resumidas cuentas, malamente se conseguirá reemplazar al PNB, el viejo índice testigo del rescate mundial tras la gran depresión, aunque su complemento constituya algo más que un deseo elogiable para erigirse en una prioridad que discurra en paralelo al uso de la contabilidad nacional.

Pero no nos hagamos trampas en el solitario. Arrinconado el utilitarismo y los postulados neoclásicos de la “Economía del bienestar”, la felicidad es inmensurable, no admite comparaciones y resulta intransferible.

Edith Piaf la enjauló nostálgicamente en “La vida en rosa”. Fausto, con dudosos retornos, entregó su alma a cambio de ella, pero como noción abstracta seguirá resistiéndose, frágil e insobornable, a la medición de las ciencias sociales

domingo, 25 de octubre de 2009

Una pequeña gran tasa. (El Correo, 25.10.09)

En Economía, como en otras esferas del acontecer humano, hay temas que gozan de fluidez absoluta. Surgen y desaparecen para resucitar en circunstancias inesperadas cuando parecían estar definitivamente confiadas a la tutela del olvido, hasta convertirse en bandera e icono de una tesis genial, nueva y salvífica.

La llamada “Tasa Tobin” (TT) es una de esas propuestas que transita del calor del estrellato al olvido o la indiferencia y nuevamente al apogeo de la refundación. Dice así: “gravemos a las firmas financieras la tramitación de las operaciones en divisas.”

Debe aclararse que los Bancos disfrutan del monopolio del tráfico de divisas y que, en consecuencia, la totalidad de las transacciones, por cuenta propia y de la clientela, discurre por su intermediación.

En la reciente cumbre del G20 de Pittsburgh algunos Jefes de Estado europeos han postulado beligerantemente la introducción de una TT. Previamente, Lord Adair Turner, Presidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido, había blandido el arma del impuesto al denunciar que sus tutelados, los bancos de la City, no constituían un sector “socialmente útil”, y se hallaban en la raíz de la desestabilización global de la Economía. Si así era, resultaba justo que contribuyesen a restaurar los estragos producidos.

“Considerando que el sector financiero está creando un importante riesgo sistémico”,-apuntilla el Director del FMI Strauss-Kahn, “es oportuno que este asigne parte de sus recursos a mitigar los problemas ocasionados”.

A decir verdad, la propuesta original del Nóbel estadounidense James Tobin no contenía el ingrediente punitivo personal y sectorizado del planteamiento actual.

Con la adopción generalizada en 1973 del sistema de tipos de cambios flotantes, Tobin propuso la creación de un impuesto sobre las transacciones en divisas. Su finalidad era mejorar la asignación de recursos de los mercados financieros, desincentivar los movimientos especulativos de capitales a corto plazo, reduciendo así la volatilidad de los tipos de cambio y restaurando parte de la autonomía y soberanía económica perdida por los Países en sus procesos de integración financiera internacional.

Paradójicamente la idea permaneció adormecida durante más de 20 años hasta la reivindicación de su componente recaudatorio. Al margen de sus cualidades estabilizantes la tasa destacaba por erigirse en una poderosísima fuente de recursos, que la sociedad civil asignaba a cubrir las necesidades de los países mas desasistidos. Luego la TT volvió a enmudecer.

Para ser eficaz, la medida debería ser universal y no discriminar a unos centros financieros en detrimento de otros. La viabilidad técnica no parece ya una dificultad insalvable. Para el tipo propuesto del 0,005% tampoco puede alegarse su incidencia en la formación de los precios ni en la provisión de liquidez al mercado. Por el contrario un sencillo cálculo aplicado al tráfico global anual –solamente en los mercados de divisas- revelaría su mayor fortaleza: una espectacular cuota de 185 millardos de dólares USA.

Sin embargo, mas allá de una aparente determinación política, la experiencia llama al pesimismo.

Un impuesto requiere una decisión política de Estado y una tasa global exige el acuerdo político global de los gobiernos nacionales, como resultado de una acción concertada. No en vano la TT ha sido incapaz de pasar el filtro de su inclusión en los compromisos troncales de Naciones Unidas. La “Declaración de Doha” ni siquiera la menciona, entre otras razones por la visceral oposición de Estados Unidos y algunos de sus socios occidentales.

Pero como, aun siendo imposibles, los milagros a veces se producen, cabrían dos matizaciones a la opinión dominante.

La primera que el tipo impositivo debería discriminar severamente aquellas operaciones especulativas de las que no lo son. Hay que abordar la reforma del catálogo de productos bancarios analizando su valor social. No deberíamos lamentar en exceso la desaparición de los que carecen de el.

En segundo lugar garantizar que las sumas de dinero recaudadas se apliquen al alivio de los países indigentes. No es de recibo modificar ahora el destino de los fondos desviándolos a las arcas locales para paliar los déficits presupuestarios incurridos en las operaciones de rescate y de estímulo fiscal de occidente, y crear un fondo preventivo de estabilización, como sugiere Strauss-Kahn.

Un impuesto de este tipo no habría evitado los desequilibrios globales entre Estados Unidos y China, ni que el ahorro del sur financiara el consumo exacerbado de los países ricos. Tampoco habría preservado a Europa de los activos tóxicos americanos ni habría alentado políticas más sostenibles y planetarias.

Pero la tasa Tobin es un buen comienzo para ir desmontando el Casino que ha caracterizado en los últimos años a una buena parte de las finanzas globales.

domingo, 11 de octubre de 2009

ElFuturo de las Finanzas. (El Correo, 11.10.09)

El G-20, el club de los países ricos y de otros pocos emergentes que se afanan por serlo, ha proclamado la necesidad de fortalecer la regulación del marco financiero internacional, y de esa manera “ pasar la página de una era de irresponsabilidad y adoptar un conjunto de reformas para satisfacer las necesidades de la economía mundial del siglo XXI.”

Ahora ya conocemos oficialmente que la crisis derivó de un sistema financiero mal gestionado, plagado de conflictos de interés, con vocación de casino y sutilmente emboscado en los tortuosos vericuetos de la desintermediación y de productos indescifrables.

La gravedad del siniestro padecido nos mueve a creer que el sistema que emergerá tras la catástrofe servirá mas honestamente los requerimientos de la economía real y que no se habrá tratado de un episodio más antes de retornar a los excesos del pasado, al “Business as usual”. Los mandatarios de Pittsburgh han asegurado que “la posibilidad de volver a asumir riesgos excesivos no es una opción”.

Para disipar la duda de que a la postre todo pueda seguir igual, los líderes mundiales hacen recuento de las líneas de trabajo acometidas, aunque la mayoría se limiten al terreno de los grandes enunciados, acordando dilatados plazos para su implementación: adopción generalizada de Basilea II, mitigación de la prociclicidad, prácticas de retribución, estándares globales de contabilidad, activación del FMI, del Comité de Basilea y del Foro de Estabilidad Financiera como órganos técnicos al servicio de la comunidad de países. En línea complementaria avanzan la propuesta de Obama y la mas reciente de la Unión Europea que sugiere la creación de un Consejo de riesgos sistémicos y un Sistema común de supervisores.

Sin embargo, para interpretar cualquier reforma regulatoria del sector bancario precisaremos recordar que el motor y al mismo tiempo el principal factor de vulnerabilidad de la actividad financiera surge de su capacidad de apalancamiento. La captación de pasivo primero y el multiplicador del crédito después conducen a los intermediarios financieros a manejar múltiplos considerables de sus recursos propios dentro de un desequilibrio de masas patrimoniales(“mismatching”) que controlan dentro de los limites marcados por la prudencia y la reglamentación.

Para entendernos, idealmente, la totalidad de los depósitos de una firma bancaria debería poseer una contrapartida liquida y sin riesgo, por ejemplo en deuda pública, a plazos equivalentes, que protegiera a la clientela de la insolvencia de la entidad. Desde siempre se confía a la estadística la dilución controlada de este requerimiento y la entidad de crédito convive con mayor o menor aplomo con el apalancamiento, el desacoplamiento de masas y la contingencia latente de una suspensión de pagos.

Por ello las acciones de reforma en curso conducen a un penoso dilema. Aquellas acciones regulatorias que induzcan a mayores coberturas o provisiones mas amplias de liquidez con el ánimo de mitigar drásticamente los riesgos del pasado conducirán automáticamente a un frenazo del crédito y al estrangulamiento de la economía real. Como ha argumentado Simon Hills, director de la patronal bancaria británica, “todo el dinero destinado a colchones de liquidez es dinero que los bancos no podrán prestar ni a familias ni a empresas”.La renovada estabilidad se alcanzaría así tras el pago de un rescate desproporcionado.

Para superar la disyuntiva, la mejor ordenación debe ser sobre todo cualitativa, desalentando o prohibiendo conductas y productos bancarios de escasa o nula contribución a la economía real. Hedge Funds, Private equity, estructuras, titulizaciones, el modelo “originar para distribuir”, algunas formas de arbitraje como el “flash trading” y ciertos productos derivados, constituyen perímetros sobre los que redoblar los análisis de utilidad y un ajustado seguimiento de carácter preventivo. Son áreas en las que de forma natural se tiende a circunvalar la norma, siempre mas lenta de reflejos que la ingeniería financiera. Se trata en definitiva de un retorno a la banca seria, responsable y quizás aburrida.

La fragilidad congénita del sistema financiero, derivada de su apalancamiento, reabre una vez mas la función del Estado en la economía y en particular en la finanzas. Hoy tanto o mas que ayer, la viabilidad del sistema financiero descansa en la garantía tácita del Estado, como proveedor último de liquidez y en casos excepcionales como garante de su solvencia. Lamentablemente la economía no está en permanente equilibrio y a menudo es victima de sus excesos.

No se trata de enterrar iniciativas y libertades que son útiles, crean bienes y servicios y consolidan riqueza, sino de preservar la libertad de la sociedad en su conjunto en un entorno de normas y de principios que la consoliden, protegiéndola de la avaricia y del mal hacer de las minorías.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Las primas de los banqueros(El Correo, 27.09.09)

Anatole France ironizaba acerca del majestuoso equilibrio de la ley que “prohíbe por igual a ricos y pobres dormir bajo los puentes, mendigar en las calles y robar pan”. Lo mismo de necio resuena aquel otro concepto de igualdad, a tenor del cual el arquitecto debería cobrar la nómina de la enfermera, quien a su vez debería ser pagada como su doctor.

Hace ya años que la discriminación inteligente motiva los resultados a través de la recompensa. El problema surge cuando las remuneraciones y sus complementos no solo son desmesurados sino que contribuyen significativamente al estallido de la crisis que padecemos. Al malestar le sucede el escándalo al comprobarse que entidades en rescate, financiadas con fondos de los contribuyentes, perseveraban en dichas prácticas abusivas. Las primas se han convertido en el mascarón de proa del inventario de desmanes del vigente modelo financiero.

Un gran número de gobiernos está considerando seriamente marcar las líneas de juego de las estructuras de compensación de estas firmas. Algunos ya las han aplicado a los bancos acogidos a ayudas de emergencia. El Comité de Basilea lo ha recomendado categóricamente. El G-20 lo destaca en su agenda.

Pero es indispensable diferenciar entre dos fuentes de inquietud relativas a las retribuciones excepcionales de las compañías financieras.

La primera surge desde la perspectiva del accionista. El fiscal general de Nueva York, Andrew Como, ha desvelado que nueve grandes bancos USA pagaron a sus empleados entre 2003 y 2008 mas de 600 millardos de dólares en primas, periodo en que la capitalización de dichas entidades declinó notoriamente. Estos pagos deberían motivar la reacción de los accionistas dado que las estructuras de incentivos no solo no se adecuan a sus intereses sino que los lesionan.

Así lo entendió en nuestro país la acusación particular, un grupo de accionistas, al emprender acciones legales en abril de 2004 contra el presidente de un gran banco español y dos de sus directivos dimisionarios en relación con las indemnizaciones por valor de 56 y 108 millones de euros cobrados por estos últimos “en reconocimiento a su extraordinaria labor”. Una acción comercial de autoinmolación muy valorada entonces en el seno de la entidad.

En similar línea se inscribe la reciente iniciativa legal emprendida contra Bank of América. Al adquirir, ahora hace un año, la banca de Inversión Merrill Lynch, señaló que no abonaría compensaciones por la mala gestión de la firma, pero seguidamente distribuyó bonus equivalentes al 12% del valor de compra, unos 5.800 millones de dólares.

Como señaló J.K.Galbraith “controlar el poder corporativo es uno de nuestros mayores retos y dadas sus dimensiones una de nuestras necesidades mas urgentes”

Pero las primas suscitan una segunda preocupación. Aunque los programas de compensación fuesen congruentes con los intereses de los accionistas, pueden favorecer políticas de riesgo que sean socialmente indeseables. No es admisible incentivar la adopción de riesgos excesivos. La mera existencia de estas políticas, incluso respaldadas por los tenedores del capital, justifica y aun hace necesaria la regulación pública, porque sus propietarios no soportan en exclusiva los costes de una posible quiebra de la firma, ni sus consecuencias sistémicas, y tal y como demuestran esta crisis y repetidos ejemplos anteriores, la cuenta acaba siendo pagada, al menos parcialmente, por el contribuyente.

No parece aventurado adelantar algunos criterios que inspirarían el control de este tipo de pagos.

Las retribuciones girarían sobre resultados netos, evitándose objetivos de simple facturación que ignoren los costes inherentes. Observarían una vinculación clara entre retribuciones y resultados a largo plazo, creando un fondo regulador plurianual que registre tanto los créditos por primas devengadas como los débitos por una proporción de las perdidas incurridas, en su caso. Estarían referenciadas al Balance total, representando en conjunto un porcentaje de la remuneración fija o de los beneficios del banco, debiendo clarificarse asimismo los conflictos de intereses, ya que en muchas ocasiones los gestores del riesgo son retribuidos con cargo al mismo fondo de incentivos que aquellos que asumen directamente los riesgos a controlar.

Para terminar, nos enfrentamos aquí a un problema cultural que afecta primariamente al tono y talante de la alta dirección. Parece evidente, a la luz de la experiencia vivida, que las entidades que han sorteado con mayor éxito el temporal financiero son aquellas en las que la rigurosa gestión del riesgo y una prudente política de incentivos han estado estrechamente alineadas.

Por lo demás, una genuina revisión de las remuneraciones bancarias requeriría interpretar otros fundamentos de nuestro modelo económico, no en su estructura, sino en su filosofía, más allá del mero tratamiento de uno de sus síntomas.