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domingo, 25 de enero de 2009

El efecto dominó. (El Correo 25.01.09)

El “Efecto dominó”.

Manfred Nolte

Hasta bien pasada la primera mitad del siglo veinte, las naciones comerciaban aprovechando ventajas relativas, sorteando las trabas de sus competidores. La libre circulación de capitales no existía y para efectuar cualquier pago al exterior debían cursarse solicitudes individualizadas. Las medios de transporte eran convencionales y el telex representaba la punta de lanza de la tecnología de la comunicación . En este escenario la economía todavía funcionaba por compartimentos estancos y, a la hora de actuar, los ciclos mostraban un rostro menos severo y mas circunscrito. Cuando apretaba el zapato en America, allí estaban Europa Continental y el Reino Unido para echarle una mano y a la inversa. Los países emergentes y en vías de desarrollo, mientras tanto, esperaban pacientemente la mano milagrosa que les rescatara del infinito gueto de la miseria. El globo estaba relativamente desacoplado.

Hoy en día, desde que formamos parte de la aldea global todo anda revuelto y amontonado. La deslocalización financiera, la rebaja del proteccionismo y la eliminación de fronteras junto a la revolución digital han modificado el paradigma de las relaciones y proporciones mundiales. Entre éxitos sonoros y clamorosas torpezas actuamos en sincronía. Todos vamos en el mismo barco, aunque no igual de confortables, claro está.

Por eso la doctrina del “decoupling” es un mito a desterrar. El “decoupling” sostiene que la crisis tendría que ver solamente con los países centrales. Algo que sucedió en 2001 cuando la economía USA se ralentizó dramáticamente y países como China o India crecían con vigor, y que fue aun más perceptible en las recesiones de 1991 y 1982, donde las correlaciones entre el gigante americano y el resto del mundo fueron sensiblemente menores.

Nada que ver con la cruda realidad actual. Al “decoupling” le sustituye el “efecto dominó”. Nadie es ya inmune a la crisis global. Basta con echar un vistazo a las previsiones de Naciones Unidas para 2009. En un escenario en el que el crecimiento del PIB de los países desarrollados será negativo en un 1,5%, los países pobres pasarán del 5,9% de 2008 al 2,7% del año actual, con lo que el crecimiento del PIB mundial será nulo, pudiendo incluso cerrar en números rojos, cosa que no habría sucedido desde la década de los 30.

Es cierto que las economías en desarrollo van a crecer más que las de los países centrales, pero ese tipo de desacoplamiento relativo no es algo digno de celebrar. Aunque siga siendo positiva, reducir en 3,2 puntos su tasa de crecimiento, algo mas de la mitad de la velocidad de crucero de los últimos cinco años es una catástrofe sin precedentes. El Producto de África caerá desde el 5,1 al 0,1% en 2009. Según el Banco Mundial se estima que un 1% de reducción en el crecimiento de estas áreas marginadas, arrastra a 20 millones mas de personas a la pobreza extrema. El verdadero mensaje que se esconde detrás de estas cifras es que los señores de las finanzas han corrompido el orden mundial y han contagiado su crisis a los países del sur.

Se suponía que los sistemas bancarios de los países en desarrollo estaban blindados frente a bonos titulizados, derivados, y otros artefactos financieros de carga retardada. Y así ha sido, en efecto. No era pensable que el tercer mundo fuese mercado objetivo de Madoff y demás sátrapas de las finanzas. Pero a pesar de ello las economías del planeta están más correlacionadas que en cualquier tiempo anterior. A través de una serie de mecanismos y procesos, el Sur enferma del mal occidental. Algunas causas son de impacto directo como la extremada aversión al riesgo de los inversores internacionales que ha provocado la huida de capitales de estos países buscando el refugio del dólar o el euro congelando y aun repatriando la inversión directa, las dificultades crecientes de refinanciación de la deuda a tipos razonables, y la restricción del crédito. Otros son inducidos por la menor demanda occidental que se traduce en disminución de las exportaciones, y la reducción del flujo de remesas de emigrantes. A ello hay que añadir el deterioro del tipo de cambio y la incidencia de los precios de las materias primas, distinta según la estructura de cada país. Finalmente caben citarse las desfavorables perspectivas que acechan a la Ayuda Oficial recibida de la OCDE, seriamente amenazada.

En esta trama de villanos e inocentes no ha quedado margen para el “decoupling”. Solo se trata de un mito para olvidar.

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