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domingo, 26 de abril de 2009

Preguntas tras el G20(El Correo 26.04.09)

Preguntas tras el G20.

Manfred Nolte

Paul Krugman, el Nóbel converso al periodismo de la mano del New York Times, ha divulgado un estudio de los profesores Philippon y Reshef en el que se narran tres épocas diferenciadas de la banca americana a lo largo del siglo pasado.

Los autores establecen equivalencias entre la primera y la tercera de dichas épocas. Antes de 1930, en la primera de las tres, algunos jerarcas de la industria edificaron gigantescos imperios financieros, que se diluyeron con la llegada de la Gran Depresión. La tercera, que arranca en torno a 1980 viene marcada por la supresión de las trabas y restricciones bancarias de la etapa anterior y el inicio de una innovación feroz que condujo a un rápido crecimiento del sector hasta representar un tercio de los beneficios empresariales totales. No será necesario recordar, cómo sucesivas mutaciones de intermediarios financieros bajo una pobre regulación y vigilancia llegan a producir el monstruo que ahora amenaza devorar la economía mundial.

Alternativamente, el sistema financiero que se extiende entre ambos periodos, el que emerge del hundimiento de Wall Street hasta la década de los 80, se caracteriza por su estricta regulación y por el conservadurismo de los banqueros, lo que no impide correlacionar esta época de “banca aburrida” con una espectacular bonanza económica en Estados Unidos. La industria y los servicios recuperan su peso y esplendor.

El G20, que lidera la salida de la recesión mundial, no ha dudado en reconocer en su última declaración que “importantes fracasos en el sector financiero y en su supervisión y regulación, han sido causas fundamentales de la crisis.”

A su vez, el Presidente de la FED, Ben Bernake, se ha referido a las ganancias derivadas de la innovación en estos años, sosteniendo que “no es pensable que hayan compensado los estragos provocados en términos de destrucción de riqueza, pérdida de hogares, e historias de descrédito”.

Habrá quienes sigan pensando que los beneficios de la innovación financiera han superado en el pasado y seguirán sobrepasando en el futuro, con creces, a los de la regulación.

Tal vez. Necesitaríamos diseccionar con paciencia infinita productos que nadie o pocos entienden por su falta de transparencia, que carecen de una valoración asequible y transitiva, que se instalan en la letra pequeña y en la restricción mental, y que –elocuentemente- casi nunca permanecen en poder de sus originadores. Así, hasta sumar 4 billones de dólares.

Sea como fuere, nos enfrentamos a un periodo de reformas de la regulación financiera que reclama respuesta, al menos, de tres preguntas : ¿qué eje de regulación abordar?, ¿con qué grado de severidad se administrará? y ¿cuál será su ámbito de aplicabilidad?

En primer lugar, la reforma deberá revestir un carácter anticíclico creando provisiones y dotando capital en periodos de auge y disponiendo de ellos en las fases de depresión para subsanar así el principal fracaso anotado en la experiencia actual. Algunos marcos reguladores implantados, notablemente Basilea II, han mostrado un marcado sesgo pro-cíclico.

Las segunda respuesta debiera asumir que no pueden imponerse restricciones tan onerosas como para prevenir el desarrollo de nuevos productos y servicios financieros en el futuro. Pero la innovación deberá estar, al igual que el resto de la economía, al servicio del consumidor y no de la codicia y la ambición de unos pocos.

De la respuesta a la tercera pregunta dependerá la fijación del sistema y la prevención de futuras crisis. Se refiere al principio de competencia: para que una regulación resulte efectiva, el ámbito del regulador y el del mercado deben ser coincidentes. Según se desprende de la Declaración de Londres, el FMI y el Consejo de Estabilidad Financiera, correrán con la responsabilidad del trazado de una nueva Gobernanza regulatoria. Pero ¿quedará ésta al arbitrio singular de los países o se creará una Institución supranacional con autoridad ejecutiva?

Las operaciones financieras tienen lugar, nominalmente, en cualquier mercado del mundo. A menos que las regulaciones se apliquen uniformemente a todos los mercados mayores del planeta, las transacciones esquivarán unos centros para situarse en otros.

El subconsciente del sistema, en una reacción titánica, se niega a cambiar de paradigma. No se vislumbra una nueva arquitectura financiera, sino a lo sumo una respuesta reforzada a la vieja. Los políticos creen que bastará con hacer mejor lo mismo y que quizás habrá que agregar algunos casilleros más en el organigrama de algunos centros de regulación, para darles apariencia democrática y de inclusión. Piensan que esto solo ha sido un aviso.

domingo, 12 de abril de 2009

Un billón con fronteras(El Correo 12.04.09)

Un billón con fronteras-

Manfred Nolte

A solo 10 días de la cumbre del G20 en Londres, superadas la euforia y la resaca de la fiesta, hay cosas que van quedando claras. Una de ellas, el confinamiento “sine die” del proyecto Bretton Woods II que atrajo durante unas semanas la máxima atención mundial, y su inmediato relevo por un nuevo paquete de ayudas, esta vez aparentemente cohesionadas y corporativas. Se consagran por su parte, aunque no insistiremos en ello, el refuerzo de la supervisión y regulación, el tímido cerco a los paraísos fiscales, y las llamadas a resistir la tentación del proteccionismo. Son puntos que, evidentemente, no podían faltar.

Desde la perspectiva de la comunicación, la cumbre lo ha hecho bien: el primer párrafo de la Declaración preludia con la cifra de 1,1 billones de dólares una nueva etapa en busca de la economía perdida. Pero tras los titulares, la lectura de los documentos oficiales provoca más preguntas que respuestas en áreas que están implorando otro alcance de índole cualitativa. Por ejemplo, los líderes políticos no han acordado medidas sustanciales para combatir la desigualdad y la falta de sostenibilidad del sistema o para transformar la gobernanza global como se sugirió en la convocatoria de Washington. Londres ha sido el foro de los privilegiados, reunidos para discutir su agenda, en su propio lenguaje, a puerta cerrada, sin un solo representante de los países más desasistidos.

El paquete de 1,1 billones se añade a los planes fiscales de occidente que suponen ya cinco billones de dólares, y resulta más que conveniente. Nada que oponer. Desgraciadamente acabamos de conocer que los activos tóxicos del sistema bancario podrían sumar cuatro billones. A través de la red global eso supone más crisis y más dolor para todos.

El protagonismo del Fondo Monetario Internacional como canalizador preferente de la operación puede haber invitado a la idea de que la mayoría de los fondos tiene un destino beligerante a favor de los países del Sur. No es así. De la totalidad del paquete, 50 millardos, esto es, menos del 5 por ciento se destinará a los 61 países más pobres del mundo. El comunicado no aclara como llega a esa cantidad. Adicionalmente seis millardos de dólares, en un plazo de tres años, procederán de la venta de oro del FMI. De la asignación de Derechos especiales de giro se obtendrán 19 millardos. El texto oficial refiere asimismo que los préstamos concesionales del FMI, se duplicarán de los 20 millardos actuales hasta 40. Esta línea se aplica cuando un país está abocado a la quiebra. No hay detalles de plazos y condicionalidad, elementos críticos para el éxito de las medidas. Frente a esta realidad, el Sur registra en 2009 vencimientos de deuda cercanos al billón de dólares, mientras claudican otros cauces de su financiación, anteriormente pujantes, como la inversión extranjera o las remesas de la emigración.

En consecuencia, el diagnóstico del paquete se resume en un importante esfuerzo financiero general, con la asignación de una cifra respetable para los países más pobres, probablemente mayor que la que se esperaba pero infinitamente menor que la que necesitan. Las facilidades revisten la forma de garantías y préstamos y no de donaciones o líneas concesionales. Los préstamos, es sabido, hay que devolverlos y pagar intereses por ellos.

El gran ganador de la cita londinense además del propio G20 ha sido el FMI, un organismo agonizante, que ha revivido con dosis masivas de fondos y por tanto de influencia. Y ello sin precisarse un ápice las imprescindibles reformas de su modo su gobierno. El gran perdedor es Naciones Unidas. Es el foro de todas las naciones, pero su referencia en el G20 ha sido hasta ahora marginal o inexistente.

Esta no es una crisis en el sistema, sino del sistema. Pero ya ha quedado patente que no se reinventará Bretton Woods. Tal vez haya modos alternativos a un modelo vigente sesgado y de retornos asimétricos. Hemos construido una economía que excluye a la mitad del planeta, cuando hasta el propio comunicado del G20 invoca el mantra de la crisis global que requiere una solución global.

El concepto distancia ha muerto y la globalización ya no es una abstracción filosófica sobre la que quepa discutir. La esencia de la globalización tiene que ser la cooperación reforzada. Y ello hasta por puro interés propio. La primera tarea del G20 y del mundo occidental debería ser traer a las economías periféricas y a sus gentes hasta el centro.