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domingo, 30 de agosto de 2009

Demasiado grande para quebrar.(El Correo, 30.08.09)

DGPQ (Demasiado grande para quebrar).

Manfred Nolte

La compartimentalización, esa enfermedad de la mente que sortea sin esfuerzo la regla de la equidad, deriva en la doble moral del individuo y en acciones duales o excluyentes en lo comunal. Algo de esto es aplicable al ámbito financiero.

Al margen de las entidades que han capeado la crisis con mayor o menor dignidad, aquellas otras aquejadas de serios problemas de insolvencia, han obtenido una respuesta pública bipolar y sorprendente. Un colectivo, víctima de las leyes del mercado, se ha visto abocado a la quiebra, mientras que otro, ostentando el mero atributo del tamaño se ha visto auxiliado por el brazo protector del Estado. El primero configura a los bancos pequeños o medianos. El segundo a las entidades DGPQ, demasiado grandes para quebrar.

Todos los gobiernos del planeta intervienen en la economía cuando queda afectado el interés nacional. En particular, el interés nacional puede verse apelado cuando los riesgos contraídos por una Entidad financiera puedan contagiar a otras, impactando al sistema financiero en su generalidad: Se trata de controlar y combatir el riesgo sistémico, la debacle del sector y subsidiariamente de la economía real.

Pero las acciones públicas de rescate, aparentemente correctas, contienen al menos cuatro implicaciones perversas, fundamentadas en un vicio de discriminación.

1.-La autoridad monetaria o estatal recalifica de hecho los depósitos bancarios. De una parte mantiene una cobertura limitada para los depositantes de entidades no protegidas y de otra instaura la cobertura total para los depositantes de los bancos DGPQ.

2.-La acción de apoyo a los bancos DGPQ se basa en el recurso al presupuesto, y en última instancia al contribuyente. Se introduce de esta manera un tributo invisible y expropiatorio que quiebra el principio de “ningún impuesto sin representación”.

3.-La política de salvamento de los bancos DGPQ alimenta el riesgo moral (“moral hazard”), esto es, la perspectiva de que aislados del riesgo puedan comportarse de forma diferente a como se comportarían plenamente expuestos a el. Se privatiza el beneficio socializándose el riesgo.

4.-Las ayudas afectan groseramente al principio de competencia. Protegen a gestores dudosos abstrayendo de sus capacidades, penalizando a los gestores buenos que no han recurrido a los rescates públicos. Paralelamente castigan a los bancos eficientes al encarecer el coste de sus pasivos, primando a los grandes e ineficientes, que al gozar de la garantía publica captarán sus pasivos a un precio inferior.

Este yerro moral, intelectual y democrático no es fruto de la casualidad, sino de una determinada “captura cultural” ejercitada durante años por el sector financiero, a resultas de la cual reguladores, políticos, académicos y analistas independientes están convencidos de que el tamaño, en Banca, es una opción de no retorno. Además, el poder, que en los sistemas políticos rudimentarios se ejercita a través de la violencia o la amenaza de ella, y en otros, a través de los sobornos y las cuentas en paraísos fiscales, se practica en nuestros días de forma mas sutil amasando creencias culturales como la de que lo que es bueno para las grandes finanzas es bueno para el país en general.

Tras todos estos meses, ¿qué ha cambiado en la normativa y reforma del Sistema bancario? Poco o nada. Asombrosamente, el borrador de revisión financiera auspiciado por Obama, perpetúa la singularidad de los DGPQ.

La solución al problema pasa por una disyuntiva: cambiar las reglas haciéndolas mucho mas estrictas para impedir siniestros de naturaleza sistémica, o reducir la estructura de talla en el sector, de tal modo que no haya en el futuro entidades que sean DGPQ. Si lo segundo parece utópico, para una sociedad perdidamente enamorada del tamaño y los crecimientos no orgánicos, lo primero es absolutamente imperativo e inaplazable. Hay que conciliar esquemas serios y sanos de innovación con la normativa tajante y el control tenaz propios de la banca aburrida que cosechó éxitos silenciosos décadas atrás.

Existe una tercera alternativa: el restablecimiento de determinada titularidad pública en el sector bancario, convirtiendo en derecho la actual práctica de hecho. El futuro dictará sentencia sobre este particular.

Entretanto, preocupa la alarma lanzada por Ángela Merkel: “la vieja arrogancia está retornando a los mercados financieros y los políticos deben asegurarse de que no serán chantajeados en el futuro”.

La grandeza, un atributo mayor, de forma natural conduce a actos arbitrarios bien por la ley del más fuerte o al cobijo de privilegios. Los colosos financieros se tornarán más insensibles y vulnerables, si siguen amparados por la arbitraria calificación DGPQ. Ello representa una grave amenaza para el crecimiento sostenible de la economía global y debe ser sometido al imperio de la norma.

domingo, 16 de agosto de 2009

Planeta Tierra. (El Correo, 16.08.09)

Planeta Tierra: un trato equitativo.

Manfred Nolte

El río Eufrates, icono de la civilización, se seca, calamidad que el libro de la Revelación profetiza como un signo del fin de los tiempos. No es casualidad. Los escépticos del calentamiento global se han rendido a las conclusiones del cuarto informe del IPCC de Naciones Unidas. Los gases antropogénicos se correlacionan de modo virtualmente unitario con la licuación de los casquetes polares, la elevación de los niveles marinos, la desertización, el estrés hídrico, las inundaciones, los huracanes y tifones, las sequías y la deforestación que adquieren ritmos de avance aterradores. La catástrofe, un aumento de la temperatura planetaria por encima del umbral de los 2/4ºC, ha dejado de ser una utopía.

Ante estas evidencias, las negociaciones internacionales parecen haber iniciado una senda de progreso. La asunción generalizada de los riesgos latentes constituye un cambio radical respecto de las tesis prevalentes hace tan solo una década y representa en sí mismo un enorme avance. La Convención de Naciones Unidas sobre el cambio climático que se desarrollará en diciembre en Copenhague dispone de un borrador de 200 páginas sobre el que deberá sellarse el acuerdo, uno que relance el tratado de Kyoto más allá de 2012.

Con todo, la antesala de Copenhague se configura en un gran tablero de ajedrez donde cada bloque estudia atentamente la estrategia de su contrincante. El juego se distribuye entre países desarrollados de una parte y emergentes o en desarrollo de otra, en torno al crucial capítulo del recorte de emisiones.

Asumiendo el escenario más posibilista propugnado por la AIE, la concentración de gases carbónicos debería limitarse en atmósfera a 450 partes por millón, un desafío gigantesco. Para lograrlo las emisiones deberían rebajarse entre un 50 y un 80% para 2050 respecto de los niveles de 1990. Los países ricos proponen una disminución global del 50% asumiendo ellos, con una población constante en el periodo, el 80% del objetivo, corriendo a cargo del sur el 20% restante.

La propuesta aparentemente generosa no satisface a los países en desarrollo. Dado que su población se duplicará en el periodo, el esfuerzo se traduciría en una mitigación per capita del 60%, ligeramente inferior a la asumida por los países centrales. Después de todo, sobre los 2200 millardos de toneladas de emisiones de dióxido de carbono que el sistema puede absorber en el periodo 1800-2050, las naciones acaudaladas ya han emitido 888. En un teórico reparto equitativo, deberían aminorar sus emisiones en un 213% hasta 2050 para que los países indigentes pudieran mantener sus actuales niveles de contaminación per capita congruentes con sus embrionarias políticas de desarrollo. Los países prósperos representan siete de cada diez toneladas de CO2 que se han emitido desde que se inició la revolución industrial. El Norte ha agotado ya su cupo de agresión desarrollista, se proclama.

Utilizando el ratio poblacional en el plazo 1800-2050, occidente debería compensar al sur el equivalente a 733 millardos de toneladas de dióxido de carbono. En el mercado de derechos supondría la cifra de 11,6 billones de dólares que podría destinarse a un Fondo climático global, una cantidad digna de respeto, favorablemente comparable con los 15 dedicados al rescate de los sistemas financieros occidentales durante la crisis en curso. Aunque salvar bancos es importante, librar al mundo de la catástrofe climática parece aun más primordial.

Pero mitigacion sin adaptación es solo la mitad de la discrepancia. El sur de Manhattan y el delta del Ganges corren parecido riesgo de inundaciones pero no comparten la misma vulnerabilidad. África y el sudeste asiático apenas contaminan. Sin embargo los desastres ecológicos que les acosan causan millares de muertes al año y pérdidas incalculables. La adaptación requiere gran celo y movilización de recursos con los atributos de adicionalidad, proporción, predictibilidad y viabilidad política.

Jeffrey Sachs observa certeramente que los líderes mundiales están confundiendo negociación y resolucion de conflictos. A cuatro meses de Copenhague cada país ensaya trasladar sus responsabilidades cuando el remedio único del problema es la cooperación. Bajo un emblema unitario, Planeta Tierra, la calificación se realizaría sobre aquellos países y proyectos con una relación coste beneficio más favorable. A renglón seguido se evaluarían los ingentes procesos de inversión en nuevas tecnologías que incorporen energías verdes de la forma más acreditada. La revolución tecnológica no es un tema de negociación sino de ingeniería y selección de oportunidades. La financiación correspondería mayoritariamente a occidente.

La ciencia ya se ha pronunciado. Es el turno de la voluntad política para actuar y asumir responsabilidades capitales respecto de las generaciones presentes y futuras

domingo, 9 de agosto de 2009

Por qué nadie predijo la crisis. (El Correo, 09.08.09)

¿Por qué nadie predijo la Crisis?

Manfred Nolte

En el curso de una reciente visita de Isabel de Inglaterra a la “London School of Economics” la Soberana aprovechó para hacer ante la reputada Institución Académica londinense la pregunta del millón: ¿Por qué nadie predijo la Crisis? La Academia Británica recogió el guante dialéctico y ha respondido a la Reina mediante una carta fechada el 26 de Julio. (http://media.ft.com/cms/3e3b6ca8-7a08-11de-b86f-00144feabdc0.pdf).

En realidad, comienza el escrito, mucha gente previó la crisis. Ahí están los exhortos recurrentes del Banco de Pagos Internacionales de Basilea, señalando que los mercados no reflejaban adecuadamente los riesgos inherentes. De hecho Basilea II, con sus pros y contras, se aplicaba de una forma extremadamente desigual en la geografía financiera del Planeta. Los desequilibrios entre bloques también eran notorios. El desarrollo espectacular de los países emergentes financió el consumo occidental sin límite a través de las esclusas de sus balanzas por cuenta corriente. Los bajos retornos de las inversiones financieras y la liquidez sin límite empujaban a nuevos escenarios de riesgo. Lo que nadie previó adecuadamente, reconoce la misiva, fue la forma exacta en que tendría lugar, su temporalidad y la ferocidad de su desarrollo.

Frente a las advertencias de los menos, la mayoría se mostraba convencida de que los Bancos sabían lo que se hacían. Se pensaba que los magos de las finanzas habían desarrollado nuevos y más inteligentes métodos para gestionar el riesgo, a través de instrumentos que los eliminaban de forma virtual. Nadie podía pensar que su juicio fuera erróneo, o que la incompetencia desbordase la interpretación de los acontecimientos de forma simultanea a la que la avaricia anestesiaba cualquier alarma acerca de escenarios adversos. La economía se había encaramado al tablado del bienestar. Su tendencia era alcista, las familias disfrutaban de un alto nivel de ocupación, las empresas se financiaban a costes razonables, los Gobiernos se beneficiaban de ingresos crecientes que sufragaban los requerimientos del electorado de forma relativamente satisfactoria. El marco psicológico alejaba cualquier posibilidad de siniestro. En todo caso la inercia apuntaba hacia regulaciones mas laxas, mayor imperio del mercado, fe inquebrantable en que, en su caso, como aconteció con el estallido de la burbuja tecnológica, el sistema era capaz de regenerarse en un plazo record, compensando con creces los frenazos y derrapes transitorios implícitos a todo proceso de aceleración. Todo el mundo desempeñaba su trabajo adecuadamente y de acuerdo con los estándares del éxito convencional.

¿Dónde estaba el problema? Según concluye la academia británica, “el fracaso en anticipar la temporalidad, alcance y severidad de la crisis, aunque sujeto a muchas causas, se debe principalmente al fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante, para interpretar el riesgo del sistema como una totalidad”.

Las conclusiones extraídas del debate de los 33 ilustres firmantes del documento, orillando el argumento autoridad, constituyen cuando menos un ejemplo de eufemismo, una largueza y benevolencia extrema en su interpretación. Achacar la devastadora crisis actual al “fracaso de la imaginación colectiva de mucha gente brillante” equivaldría a justificar las execrables tropelías de los campos de exterminio nazis como un mero desliz en la orientación del fenómeno étnico por parte de los gestores del Reich.

Hay un sustrato aprovechable en la opinión de los expertos británicos: que el sistema se comportó de forma tendenciosamente gregaria, con una codicia tan desmesurada como encubierta y que las profesiones económicas a nivel académico, gubernamental y de los medios de comunicación sucumbieron a su propia arrogancia y estrechez de miras. Pero mas que “al fracaso de la imaginación colectiva” hay que atribuir el crac presente al fracaso de una acción colectiva anticuada y obsoleta, donde nadie encaraba un incentivo particular para proteger los recursos globales. A esto se le denomina un fallo de mercado y de su forma de gobernabilidad.

Dicho de una forma llana: La economía necesita estar mejor gobernada. Cuánto mejor, abre un debate sobre el sistema que dista mucho de estar maduro. Pero no parece aventurado sugerir que deberá inspirarse en fuentes de mayor coherencia moral y acudir previsiblemente a enfoques multidisciplinarios, las ciencias políticas, la psicología, la antropología.

Proclamar que la presente crisis es el resultado del fracaso de la imaginación colectiva es un modo pulcro de evitar culpar a alguien en particular. Pero si algo ha revelado la plaga de la recesión que vivimos es que sus culpables han quedado claramente identificados.

Previsiblemente, la Reina de Inglaterra habrá optado por la sana práctica de compulsar la respuesta recibida con otras de distinto origen y condición.

domingo, 2 de agosto de 2009

Gobernanza y Desarrollo. (El Correo, 02.08.09)

Gobernanza y Desarrollo.

Manfred Nolte

Barack Hussein Obama acaba de girar una visita relámpago a Ghana, un pequeño país subsahariano que lideró en el continente el proceso de independencia colonial e icono democrático capaz de producir transiciones pacíficas de poder. El viaje de 20 horas incluía la cita histórica en el Castillo de “Cape Coast”, estremecedora puerta de un viaje sin retorno para millones de africanos, a los que rendiría un silencioso homenaje. El 13% de la población americana tiene una relación directa con esta y otras ciudadelas limítrofes. De ellas embarcaron hacia América generaciones de negros estibados como carne de desesperanza en lo que constituyó durante más de 300 años el infame comercio trasatlántico de esclavos. De los 45 fuertes construidos a tal fin por los europeos en la costa occidental de África, 32 están en Ghana.

Previamente, el 10 de Julio Obama arengaba en Accra, su capital, a los representantes del pueblo. “Debemos partir de la premisa de que el futuro de África está en manos de los africanos”. “La clave del desarrollo reside en una buena gobernanza”.

Es obvio a estas alturas, que África y en general los países en desarrollo tienen que apropiarse de su futuro reforzando las instituciones democráticas y el estado de derecho, descansando menos en la ayuda presupuestaria. Una asociación real entre estos y los países desarrollados, basada en la inversión directa, un comercio libre y justo y en la ausencia de corrupción institucional está en línea con la doctrina repetidamente reivindicada por Naciones Unidas en sus códigos de interpretación del desarrollo y con lo que sostiene mayoritariamente la sociedad civil. Que lo recuerde el mandatario de color de mayor influencia mundial, hijo de África, otorga a la recomendación el peso de la prueba.

No es oro todo lo que reluce. Estados Unidos acomete la campaña diplomática del continente mas pobre del globo desde su dependencia de crudo y las crecientes amenazas geopolíticas que encara. Pero innumerables investigaciones abordadas por el Banco Mundial y el FMI, entre otros, avalan el vínculo entre una buena gobernanza y las cotas de desarrollo.

Las Instituciones de Bretton Woods consideran seis indicadores y los aplican por igual a la totalidad de países del planeta. La voz y rendición de cuentas, medida en la capacidad de los ciudadanos para participar en la elección de su gobierno, así como la libertad de expresión, de asociación y de prensa. La probabilidad de que el gobierno esté sujeto a actos de desestabilización a través de medios inconstitucionales o violentos. La calidad de los servicios públicos y su independencia de las presiones políticas. El espacio institucional para promover el desarrollo del sector privado. El estado de derecho: la confianza de los agentes en las reglas sociales y su nivel de acatamiento, en la prevalencia de los derechos de propiedad y el desempeño de la policía y los tribunales. Finalmente, el nivel de la corrupción, la medida en que se ejerce el poder público en beneficio privado, esa lacra pavorosa que destruye a un país desde su interior: fondos que se precisan desesperadamente para combatir la pobreza y la enfermedad, para construir carreteras, hospitales y escuelas, que acaban financiando las extravagancias y tropelías de los dictadores, perpetuando su existencia y provocando la desaparición o la muerte de quienes los denuncian.


La existencia de estos indicadores y la posibilidad de su seguimiento sugieren dos consideraciones finales.

La primera es que occidente, en paralelo a sus compromisos y a la obligada reparación de los estragos del colonialismo, deberá introducir una política discriminatoria respecto del sur: Los países con una débil gobernanza, especialmente los corruptos y represivos no deberían esperar mucho de la ayuda del norte.

La segunda se refiere a otras formas sutiles de corrupción. Una literatura emergente asocia la crisis global y sus orígenes en Estados Unidos a la captura y apropiación de espacios democráticos por parte de lobbis, fundamentalmente de la Banca y los medios especializados en finanzas. El Foro de Davos destaca una incidencia creciente de este tipo de prácticas perversas en Estados Unidos desde el año 2004.

Por cierto, no conviene mirar exclusivamente la paja del ojo ajeno ni escrutar escenarios improbables. En los indicadores de Gobernanza publicados por el Banco Mundial en junio pasado, España ha registrado en 2008 un retroceso respecto de 2003 y de 1998 en la totalidad de los seis atributos monitorizados. Aunque el País se encuentre acomodado en los percentiles del 75 al 100% en cinco de ellos, otros más diligentes nos han adelantado en el ranking final.