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domingo, 25 de octubre de 2009

Una pequeña gran tasa. (El Correo, 25.10.09)

En Economía, como en otras esferas del acontecer humano, hay temas que gozan de fluidez absoluta. Surgen y desaparecen para resucitar en circunstancias inesperadas cuando parecían estar definitivamente confiadas a la tutela del olvido, hasta convertirse en bandera e icono de una tesis genial, nueva y salvífica.

La llamada “Tasa Tobin” (TT) es una de esas propuestas que transita del calor del estrellato al olvido o la indiferencia y nuevamente al apogeo de la refundación. Dice así: “gravemos a las firmas financieras la tramitación de las operaciones en divisas.”

Debe aclararse que los Bancos disfrutan del monopolio del tráfico de divisas y que, en consecuencia, la totalidad de las transacciones, por cuenta propia y de la clientela, discurre por su intermediación.

En la reciente cumbre del G20 de Pittsburgh algunos Jefes de Estado europeos han postulado beligerantemente la introducción de una TT. Previamente, Lord Adair Turner, Presidente de la Autoridad de Servicios Financieros del Reino Unido, había blandido el arma del impuesto al denunciar que sus tutelados, los bancos de la City, no constituían un sector “socialmente útil”, y se hallaban en la raíz de la desestabilización global de la Economía. Si así era, resultaba justo que contribuyesen a restaurar los estragos producidos.

“Considerando que el sector financiero está creando un importante riesgo sistémico”,-apuntilla el Director del FMI Strauss-Kahn, “es oportuno que este asigne parte de sus recursos a mitigar los problemas ocasionados”.

A decir verdad, la propuesta original del Nóbel estadounidense James Tobin no contenía el ingrediente punitivo personal y sectorizado del planteamiento actual.

Con la adopción generalizada en 1973 del sistema de tipos de cambios flotantes, Tobin propuso la creación de un impuesto sobre las transacciones en divisas. Su finalidad era mejorar la asignación de recursos de los mercados financieros, desincentivar los movimientos especulativos de capitales a corto plazo, reduciendo así la volatilidad de los tipos de cambio y restaurando parte de la autonomía y soberanía económica perdida por los Países en sus procesos de integración financiera internacional.

Paradójicamente la idea permaneció adormecida durante más de 20 años hasta la reivindicación de su componente recaudatorio. Al margen de sus cualidades estabilizantes la tasa destacaba por erigirse en una poderosísima fuente de recursos, que la sociedad civil asignaba a cubrir las necesidades de los países mas desasistidos. Luego la TT volvió a enmudecer.

Para ser eficaz, la medida debería ser universal y no discriminar a unos centros financieros en detrimento de otros. La viabilidad técnica no parece ya una dificultad insalvable. Para el tipo propuesto del 0,005% tampoco puede alegarse su incidencia en la formación de los precios ni en la provisión de liquidez al mercado. Por el contrario un sencillo cálculo aplicado al tráfico global anual –solamente en los mercados de divisas- revelaría su mayor fortaleza: una espectacular cuota de 185 millardos de dólares USA.

Sin embargo, mas allá de una aparente determinación política, la experiencia llama al pesimismo.

Un impuesto requiere una decisión política de Estado y una tasa global exige el acuerdo político global de los gobiernos nacionales, como resultado de una acción concertada. No en vano la TT ha sido incapaz de pasar el filtro de su inclusión en los compromisos troncales de Naciones Unidas. La “Declaración de Doha” ni siquiera la menciona, entre otras razones por la visceral oposición de Estados Unidos y algunos de sus socios occidentales.

Pero como, aun siendo imposibles, los milagros a veces se producen, cabrían dos matizaciones a la opinión dominante.

La primera que el tipo impositivo debería discriminar severamente aquellas operaciones especulativas de las que no lo son. Hay que abordar la reforma del catálogo de productos bancarios analizando su valor social. No deberíamos lamentar en exceso la desaparición de los que carecen de el.

En segundo lugar garantizar que las sumas de dinero recaudadas se apliquen al alivio de los países indigentes. No es de recibo modificar ahora el destino de los fondos desviándolos a las arcas locales para paliar los déficits presupuestarios incurridos en las operaciones de rescate y de estímulo fiscal de occidente, y crear un fondo preventivo de estabilización, como sugiere Strauss-Kahn.

Un impuesto de este tipo no habría evitado los desequilibrios globales entre Estados Unidos y China, ni que el ahorro del sur financiara el consumo exacerbado de los países ricos. Tampoco habría preservado a Europa de los activos tóxicos americanos ni habría alentado políticas más sostenibles y planetarias.

Pero la tasa Tobin es un buen comienzo para ir desmontando el Casino que ha caracterizado en los últimos años a una buena parte de las finanzas globales.

domingo, 11 de octubre de 2009

ElFuturo de las Finanzas. (El Correo, 11.10.09)

El G-20, el club de los países ricos y de otros pocos emergentes que se afanan por serlo, ha proclamado la necesidad de fortalecer la regulación del marco financiero internacional, y de esa manera “ pasar la página de una era de irresponsabilidad y adoptar un conjunto de reformas para satisfacer las necesidades de la economía mundial del siglo XXI.”

Ahora ya conocemos oficialmente que la crisis derivó de un sistema financiero mal gestionado, plagado de conflictos de interés, con vocación de casino y sutilmente emboscado en los tortuosos vericuetos de la desintermediación y de productos indescifrables.

La gravedad del siniestro padecido nos mueve a creer que el sistema que emergerá tras la catástrofe servirá mas honestamente los requerimientos de la economía real y que no se habrá tratado de un episodio más antes de retornar a los excesos del pasado, al “Business as usual”. Los mandatarios de Pittsburgh han asegurado que “la posibilidad de volver a asumir riesgos excesivos no es una opción”.

Para disipar la duda de que a la postre todo pueda seguir igual, los líderes mundiales hacen recuento de las líneas de trabajo acometidas, aunque la mayoría se limiten al terreno de los grandes enunciados, acordando dilatados plazos para su implementación: adopción generalizada de Basilea II, mitigación de la prociclicidad, prácticas de retribución, estándares globales de contabilidad, activación del FMI, del Comité de Basilea y del Foro de Estabilidad Financiera como órganos técnicos al servicio de la comunidad de países. En línea complementaria avanzan la propuesta de Obama y la mas reciente de la Unión Europea que sugiere la creación de un Consejo de riesgos sistémicos y un Sistema común de supervisores.

Sin embargo, para interpretar cualquier reforma regulatoria del sector bancario precisaremos recordar que el motor y al mismo tiempo el principal factor de vulnerabilidad de la actividad financiera surge de su capacidad de apalancamiento. La captación de pasivo primero y el multiplicador del crédito después conducen a los intermediarios financieros a manejar múltiplos considerables de sus recursos propios dentro de un desequilibrio de masas patrimoniales(“mismatching”) que controlan dentro de los limites marcados por la prudencia y la reglamentación.

Para entendernos, idealmente, la totalidad de los depósitos de una firma bancaria debería poseer una contrapartida liquida y sin riesgo, por ejemplo en deuda pública, a plazos equivalentes, que protegiera a la clientela de la insolvencia de la entidad. Desde siempre se confía a la estadística la dilución controlada de este requerimiento y la entidad de crédito convive con mayor o menor aplomo con el apalancamiento, el desacoplamiento de masas y la contingencia latente de una suspensión de pagos.

Por ello las acciones de reforma en curso conducen a un penoso dilema. Aquellas acciones regulatorias que induzcan a mayores coberturas o provisiones mas amplias de liquidez con el ánimo de mitigar drásticamente los riesgos del pasado conducirán automáticamente a un frenazo del crédito y al estrangulamiento de la economía real. Como ha argumentado Simon Hills, director de la patronal bancaria británica, “todo el dinero destinado a colchones de liquidez es dinero que los bancos no podrán prestar ni a familias ni a empresas”.La renovada estabilidad se alcanzaría así tras el pago de un rescate desproporcionado.

Para superar la disyuntiva, la mejor ordenación debe ser sobre todo cualitativa, desalentando o prohibiendo conductas y productos bancarios de escasa o nula contribución a la economía real. Hedge Funds, Private equity, estructuras, titulizaciones, el modelo “originar para distribuir”, algunas formas de arbitraje como el “flash trading” y ciertos productos derivados, constituyen perímetros sobre los que redoblar los análisis de utilidad y un ajustado seguimiento de carácter preventivo. Son áreas en las que de forma natural se tiende a circunvalar la norma, siempre mas lenta de reflejos que la ingeniería financiera. Se trata en definitiva de un retorno a la banca seria, responsable y quizás aburrida.

La fragilidad congénita del sistema financiero, derivada de su apalancamiento, reabre una vez mas la función del Estado en la economía y en particular en la finanzas. Hoy tanto o mas que ayer, la viabilidad del sistema financiero descansa en la garantía tácita del Estado, como proveedor último de liquidez y en casos excepcionales como garante de su solvencia. Lamentablemente la economía no está en permanente equilibrio y a menudo es victima de sus excesos.

No se trata de enterrar iniciativas y libertades que son útiles, crean bienes y servicios y consolidan riqueza, sino de preservar la libertad de la sociedad en su conjunto en un entorno de normas y de principios que la consoliden, protegiéndola de la avaricia y del mal hacer de las minorías.