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domingo, 27 de marzo de 2011

Las consecuencias económicas del desastre japonés .(El Correo,27.03.11)

Las consecuencias económicas del desastre japonés.

Manfred Nolte

La irreparable pérdida en vidas humanas relega, sin duda, a un segundo lugar la estimación de otros daños mayores derivados del terremoto de Sendai del 11 de marzo pasado. Pero asumiendo con absoluto respeto esta dolorosa premisa, podemos adelantar que acabamos de ser testigos de la catástrofe natural más costosa de la humanidad.

El desastre japonés se cobrará un doble peaje a escala nacional y mundial.

1.-Comenzando con el efecto impacto en su propia economía, la opinión dominante equipara la respuesta a esta última catástrofe con otras anteriores, lo que se traduce en un notable retroceso de tipo puntual, aunque transitorio, seguido de un rebote enjundioso del PIB como consecuencia de las tareas masivas de reconstrucción. Diversos analistas aventuran sus cálculos anunciando una pérdida de medio punto porcentual para el conjunto de 2011(Merrill Lynch), seguida de un crecimiento importante en la segunda mitad del 2012. De forma más matizada Schroders vaticina una caída del 1,5 del PIB en el primer trimestre del año compensada en el segundo semestre y con senda expansiva a lo largo de 2012.

Otras visiones son menos halagüeñas. Para el Banco Mundial el impacto de la triple catástrofe nipona afectaría negativamente a su PIB entre un 2,5% y un 4%. A su ya debilitada demanda y a unas finanzas en estado de máxima fragilidad vendría a añadirse una crisis fiscal (déficit publico del 10% del PIB en 2010).

En cuanto al endeudamiento público (230% del PIB en 2010), el más alto entre los países adelantados, posee la característica de estar suscrita en su práctica totalidad por los propios contribuyentes japoneses. Una deuda adicional estimada para la reconstrucción de 300.000 millones de dólares podría tal vez provocar rebajas de su rating, pero no parece que impusiera límites ni a su solvencia ni a su capacidad de colocación, ya que se la deben a sí mismos.

Como complemento lógico cabría esperar una repatriación apreciable de ahorro exterior, la revalorización indeseada del yen, y una relativa pérdida de competitividad que reiniciaría el circulo pernicioso liderado por una demanda decaída.

2.-En cuanto a los efectos de la triple tragedia japonesa sobre la economía planetaria, debe partirse del hecho de que Japón constituye la tercera potencia mundial, de cuyo producto final representa el 8,7%, y de que su sistema productivo desempeña un papel crucial en el escenario global de la industria pesada, las finanzas o la tecnología de punta. Sin embargo las repercusiones finales descuentan un alcance relativamente limitado. Japón posee una balanza comercial muy superavitaria en la que las exportaciones superan con creces las importaciones. Una reducción de estas últimas afectaría la demanda de exportaciones del resto del mundo y con ello a sus cotas de renta. Pero las estadísticas recuerdan baremos relativamente bajos: solo el 5% de las exportaciones americanas fluyen con destino a Japón, al igual que un 8% de las exportaciones chinas. En el más pesimista de los escenarios, una tasa de crecimiento cero en Japón para 2011 no debería afectar la velocidad de crucero de la recuperación mundial.

Posiblemente el mayor impacto se perciba en las cadenas de suministro de inputs a terceros países. Japón está estrechamente arraigado en la red productiva mundial como proveedor crítico de material tecnológico, cuya desaparición temporal está paralizando la actividad de sus clientes.

Las secuelas de la ‘década perdida’ han hecho de Japón un beneficiario de la recuperación mundial mas que un impulsor de la misma. Alternativamente la restauración del país requerirá bienes y servicios foráneos que beneficiarán a estos y un nuevo empuje a las subsidiarias japonesas en el extranjero proporcionará igualmente un rebote moderado al resto del mundo.

El diagnóstico, en su consecuencia, y siempre que la crisis nuclear no se agrave, es moderadamente optimista y su respuesta manejable. Otra cosa –al margen del presente cataclismo- es como prolongarán sus gobernantes la senda de una economía competitiva y cómo preservarán las conquistas del estado del bienestar para un colectivo de 127 millones de personas que envejece a marchas forzadas.

Un comentario final: el PIB es un indicador que computa indiscriminadamente verdades y falacias. Los miles de millones de pérdidas producidas en la reciente catástrofe dejarán impávido al indicador estadístico, sin reflexión alguna sobre la incidencia en el consumo futuro derivada de la destrucción del stock de riqueza(entre un 5 y un 7% del PIB), ni del lastre de un creciente endeudamiento. Y, sin embargo, cada ladrillo utilizado en la tarea de reconstrucción pasará a engrosar, automáticamente, la cuota incremental del PIB. Aunque la renta se recupere, la resurrección de la maltrecha economía del país del sol naciente convivirá con un país empobrecido que tardará años en recuperar su riqueza neta (activos menos endeudamiento) industrial, energética y ecológica.

domingo, 13 de marzo de 2011

James Stewart ha muerto. (El Correo,13.03.11)

‘James Stewart ha muerto’.

Manfred Nolte

“Jimmy Stewart is dead”, la versión inglesa del encabezamiento de este artículo, es el título original de una reciente publicación(Wyley, 2010) de Laurence Kottlikoff, un anónimo catedrático de economía de la Universidad de Boston que ha escalado niveles de popularidad debido a sus controvertidas tesis acerca de los requisitos de un sector financiero sostenible.

El título alude al papel de un banquero bueno, protagonizado por James Stewart en el filme ‘¡qué bello es vivir!’, una cinta irrepetible llena de fuerza, un clásico del cine dirigido por la mano maestra de Frank Capra.

James Stewart ha muerto y con él su personaje de celuloide, artífice de una forma honrada y modesta de hacer banca, que se reputa romántica e inusual. Pero se cita como emotivo recuerdo de un ejemplo que, definitivamente, fue mejor.

Para Kottlikoff, las amargas consecuencias de la crisis de origen bancario que padecemos, hacen detestable el actual diseño del sector, y por ello brinda su propia solución de futuro.

La alternativa se llama ‘banca restringida’.

La ‘banca restringida’ contiene dos ingredientes fundamentales: En primer lugar la creación de un único regulador-calificador de naturaleza pública que detenta la exclusiva tanto de la fijación de las calificaciones crediticias-’ratings’-, como de la regulación y supervisión del sector financiero en su acepción más amplia. Podría llamarse ‘Autoridad financiera central’.

En segundo lugar la conversión de todas las instituciones: bancos, cajas, ‘hedge-funds’, sociedades de capital riesgo, sociedades de valores y todo tipo de entidades parabancarias en una única categoría genérica de ‘fondos de inversión’, clasificados y diferenciados con posterioridad según su objeto y la naturaleza de su cartera.

La moraleja económica de la propuesta es muy simple. Si deseamos que los mercados financieros funcionen, deben desterrarse determinadas prácticas bancarias especulativas y restringir su objeto social a dos funciones cardinales: la mediación en el sistema de pagos y la interconexión entre prestamistas y prestatarios.

Descendamos al detalle.

La liquidez disponible en caja por las entidades financieras, en porcentaje de los depósitos a la vista, no será la cifra irrisoria que prescriben las normativas actuales, por lo general en torno al 2 por ciento. En el nuevo escenario pasaría a ser del 100 por cien.

Para asegurar la conexión de los mercados de ahorradores e inversores, las entidades crediticias empaquetarán activos de índole variada dentro de diversos fondos de inversión, comercializándolos entre sus depositantes. Conociendo en cada instante la calificación otorgada por la ‘Autoridad Financiera Central’, estos suscribirán participaciones en fondos de liquidez, de préstamos a ‘pymes’ o grandes empresas, de operaciones hipotecarias, graduados por plazo y riesgo, de rendimiento fijo o variable, con o sin ventanas de liquidez.

El referente es ‘Fidelity’, ‘Pimco’, ‘Dexia’ o cualquier otra marca respetada, distribuidora de fondos de Inversión. El modelo no es Bearn Stearns. No es Lehman Brothers.

Naturalmente, el Banco cobrará religiosamente comisiones por su tarea de intermediación. Y ello no significará que no pueda abordar operaciones arriesgadas, y especular donde lo juzgue conveniente, pero siempre por el monto de sus propios fondos, del dinero de su propiedad, sin comprometer el de sus depositantes. Pudiera el banco quebrar, pero los Fondos, con sus patrimonios respectivos, preservarían su autonomía, sin sufrir el contagio de su gestor depositario.

Con la adopción de una ‘Banca restringida’ las crisis financieras resultarían virtualmente imposibles. No solo por la plataforma de riesgo, cuya eliminación ha sido relatada. También por la plataforma de liquidez. La oferta monetaria sería controlada por los bancos centrales que venderían o comprarían títulos del tesoro, una vez que los bancos quedaran inhabilitados para aumentar o reducir el saldo de sus depósitos a través del multiplicador del crédito. Y lo que es igualmente relevante: la necesidad de capitalización de las entidades –el becerro de oro de las reformas en curso- pasaría a un discreto segundo lugar.

Los Bancos de Inversión, por su parte, se dedicarían a la consultoría , aconsejando a sus clientes en materia de fusiones, adquisiciones, IPOs, OPAs y demás sopas de letras, y las firmas de Brokerage de valores mediarían la compraventa de títulos a cambio de un corretaje. Ninguno de ellos podría invertir en las compañías de sus clientes. Los ‘Hedge Funds’ contribuirían a aquello para lo que fueron creados: la cobertura y limitación de los riesgos incurridos. Al igual que las aseguradoras. Las empresas de ‘rating’ privadas deberían reconvertirse.

El modelo de Kotlikoff, tan utópico como deseable, aliviaría alguna parte de la esquizofrenia mercantil de nuestra sociedad: un arquetipo desencajado que proclama su fe absoluta en el librecambio y el interés privado, pero que es incapaz de sobrevivir sin subsidios, garantías, coberturas de bienestar y de todo tipo de acciones de protección públicas, que nunca tildará de intrusas.